Está en gravísimo riesgo la propia vida de muchísimos niños, mujeres y hombres por la obstinada e inadmisible insolidaridad de los más encumbrados y privilegiados, que cuentan y recuentan sus muertos pero no prestan la mínima atención a los ajenos. Miles de personas mueren de hambre todos los días –no me canso de repetirlo- al tiempo que se invierten más de 3.000 millones de dólares en armamento y gastos militares para garantizar la seguridad de un 20% del conjunto de la humanidad.
Una economía basada en la especulación, la deslocalización productiva y la guerra sigue aumentando las desigualdades sociales y ocupando cada rendija de otros sistemas alternativos que emerjan. Si la prima de riesgo –paralela a la mayor precariedad- sigue orientando los pasos de la economía en lugar de hacerlo los “principios democráticos” que con tanta lucidez establece la Constitución de la UNESCO, los grandes consorcios no cesarán de progresar y marcar el paso de un sistema que, en particular desde la década de los 80, marginó al multilateralismo democrático, y que ahora, urgidos ante el abismo de situaciones sin regreso, es preciso reponer sin demora.