Conchi Palencia/Senadora de Podemos por Vitoria
Ocurrió hará 3
meses: me levanté revuelta, no me encontraba bien. Abrí la prensa del
día y me encontré con la noticia: Amancio Ortega, por medio de su
fundación, donaba una cantidad considerable a la sanidad pública para la
renovación de los equipos de diagnóstico y tratamiento del cáncer en
los hospitales públicos.
Felicitaciones de todas las esferas de
poder y buena parte de los medios de comunicación, aplaudiendo la
noticia, terminaron por hacerme vomitar. Los mismos medios de
comunicación que al tiempo de aplaudir la generosidad del pro-hombre
ocultaban la noticia sobre la condena de un tribunal de Brasil por
mantener a trabajadores en condiciones de trabajo esclavo. En seguida
vinieron a mi memoria recuerdos de otras épocas, de cuando los ricos de
buena voluntad se ocupaban con su caridad de salvar la vida de algún
afortunado que les caía cerca.
Se llamaba Valentina. Tenía 9 años
y un diagnóstico de leucemia que hace 35 años era como una sentencia de
muerte para la hija de una familia de clase trabajadora. Aunque
nuestros padres tenían el reaseguro minero, sólo en clínicas oncológicas
privadas católicas se ofrecían tratamientos con cierto éxito. Por
supuesto, eran tratamientos exclusivos para las clases más pudientes de
la época. El "Ortega" de la época de nuestro pueblo se ofreció a costear
una parte del tratamiento, y el resto del dinero se consiguió con la
solidaridad de las familias del pueblo, organizando rifas, colectas y
otros actos benéficos.
La cuarta economía de Europa merece una
Sanidad Pública de primera, financiada de forma suficiente con los
impuestos de todas y todos, también de las grandes empresas.
Me niego
a esta regresión que estamos viviendo en todos los aspectos de nuestra
vida, y me niego, porque es mucho lo avanzado, lo conseguido en avances
sociales como para perderlo. No debemos resignarnos a una clase política
que lleva a toda la sociedad a un claro retroceso en materia de
derechos sociales. No debemos permitir que nuestra clase política
aplauda una limosna, disfrazada de buena acción, de empresarios que
utilizan la ingeniería financiera para no pagar los impuestos que les
corresponden en nuestro país, ni respetan condiciones laborales y
salariales a sus trabajadores de aquí y de allá. Una limosna disfrazada
de filantropía que sirve como blanqueador de reputaciones, beneficios y
conciencias y que además, en este caso, le sale a devolver al donante.
Nuestra
Sanidad se caracteriza por tener un importante problema de
infrafinanciación, íntimamente ligado a que nuestro país es uno de los
que menos impuestos recauda de todo nuestro entorno, porque las grandes
empresas evaden contribuir a financiarla vía impuestos, montando
entramados societarios complejos para pagar menos impuestos en España de
los que les corresponderían si actuasen sin hacer sobreesfuerzos para
evadir los miniesfuerzos del fisco español.
No es por casualidad
que quienes más aplauden este tipo de filantropía son quienes más se
oponen a reformar un sistema fiscal para que garantice una financiación
sostenible, duradera y adecuada para las necesidades de nuestro sistema
sanitario
Es obligado que la elaboración de un estudio de
necesidades, (nada más y nada menos que del abordaje sobre el cáncer)
tiene que darse dentro de una estrategia de salud y no dejar la decisión
sobre prioridades de en qué, en dónde, cuándo y cómo dotamos a la
Sanidad Pública de medios dependa de las preferencias de las voluntades
más o menos mediáticas de una persona.
La cuarta economía de
Europa merece una Sanidad Pública de primera, financiada de forma
suficiente con los impuestos de todas y todos, también de las grandes
empresas y no una Sanidad Pública de beneficencia ni un Sistema Nacional
Patrocinado de Salud.