Gina es una periodista televisiva que estuvo cubriendo desde la "zona cero" de Nueva York los atentados a las Torres Gemelas. Después, en un viaje a Italia, conoció a un hombre, quedó embarazada, le dijeron que el niño tendría síndrome de down y empezaron las presiones para que abortara. Pero sucedió algo que cambió su enfoque y así nació el pequeño Angelo Pío. Gina contó su historia en la web de la congregación Sisters of Life (www.sistersoflife.org).
-Gina, ¿nos puedes contar un poco sobre tu vida antes del nacimiento de Angelo Pio?
-Yo era periodista. Comencé en la CBS News, trabajé en la revista 48 Horas, fui reportera de TV en Virginia Occidental, reportera de tránsito en Nueva York y, al inicio del 2001, comencé a trabajar en la ABC News.
»El verdadero punto de partida de esta historia, desde varios puntos de vista, fue el 11 de septiembre de 2001, porque formé parte de un gran equipo de periodistas que cubrimos los eventos de aquel día en la Zona Cero. Me quedé ahí hasta la mañana siguiente y viví aquella sensación fuerte de “yo no se lo que va a suceder cuando me despierte de esta pesadilla”. Yo siempre había sido muy centrada, pero después de todo eso, sentí de repente la urgencia de más equilibrio en mi vida.
-¿Qué hiciste para encontrar ese equilibrio?
- Me dispuse a irme de vacaciones a Italia, sola. Siempre quise ir al Vaticano y me agradaba mucho el Papa Juan Pablo II. En ese viaje conocí a un hombre y me enamoré de él. Tuvimos una relación llena de problemas, pero continuamos yendo y viniendo durante algunos años. Cuando parecía que las cosas se consolidarían y comenzamos a hablar de matrimonio, me quedé embarazada. En ese primer momento estuvimos muy felices.
-¿Qué sucedió durante el embarazo?
-Cuando yo estaba con tres meses de embarazo, los exámenes prenatales revelaron el Síndrome de Down del bebé. Fue un shock, un sufrimiento. Yo casi no dormía, y cuando lo lograba, me despertaba con una sensación sofocante de desesperación, tristeza, miedo. ¡Eso te ahoga!
»Varias personas me presionaban para que interrumpiera el embarazo: mi doctor era uno, y también el padre de mi hijo…Y eso era lo más doloroso. Te rompe el corazón cuando te dicen que tu hijo no debe nacer. Principalmente cuando uno está tan frágil…
-¿Cómo lidiaste con esa presión para abortar al bebé?
- En medio de aquello, con toda la presión, yo fijé una consulta para abortar. Después de colgar el teléfono, me acuerdo que sentí un peso inmenso dentro de mí, casi sofocante; era la desesperación absoluta, la sensación de un quebrantamiento completo…No tengo palabras para describirlo.
-¿Qué te hizo cambiar de idea?
-Otras personas en mi vida fueron decisivas. Una de esas personas, en especial, fue un sacerdote maravilloso que no dejaba que yo me sintiera abandonada. Hoy yo sé que había una montaña de personas bombardeando los cielos con oraciones por mí y mi bebé. El poder de la oración no puede ser subestimado nunca, porque, en mi corazón, el miedo estaba venciendo la batalla… Yo estaba completamente destruida. ¿Sabes aquellos dibujos con el angelito y el diablito susurrando cada uno en la oreja de alguien? Exactamente así. El diablito me susurraba al oído: “Todo esto puede acabar de una vez aquí…Después del aborto, la vida continuará…Las cosas van a volver a la normalidad. No estás obligada a esto. Podrás tener otro hijo después”. Era un verdadero disco rayado tocando en mi oído.
»Un padre me sugirió hablar con las Sisters of Life (congregación de las Hermanas de la Vida). Llamé y hablé con una de las hermanas. Fue una batalla durante algunas semanas. Después, finalmente, recibí una gracia enorme. Terminé mi relación y me mudé al convento del Sagrado Corazón de Jesús.
-¿Por qué te mudaste al convento?
-Yo tenía que lograr escuchar lo que Dios me decía… Necesitaba saber: “¿Dios mío, me estás pidiendo ser madre soltera de un bebé con Síndrome de Down?”. Cuando vives en el Sagrado Corazón, tu vida de oración aumenta, queriéndolo o no. ¡Y yo quería! Yo me acuerdo, con toda claridad, que cuando decidí ir al Sagrado Corazón, tuve esa sensación que se tiene cuando se dice “sí”. Esa levedad, esa paz…Pienso que es la recompensa por la entrega, ¿no?
-¿Cómo aceptaste ser madre soltera de un bebé con Síndrome de Down?
-Las hermanas me sugirieron hacer un retiro de silencio. La primera mañana, fui al refectorio y el personal estaba haciendo la limpieza. Yo aún estaba muy sensible en relación a cualquier cosa que tuviera que ver con el Síndrome de Down. Estaba intentando entender todo aquello. Y ahí estaba en el refectorio, sirviéndome, cuando miré a un lado y ¿a quién vi detrás de una ventana de la cocina? A un muchacho con Síndrome de Down, ¡limpiando el suelo! Y pensé: “¡Esto tiene que ser una broma!”.
»Y no me acuerdo bien, pero se me cayó la bandeja…Cuando me bajé para recoger todo, ese joven con Síndrome de Down se acercó, me puso el brazo alrededor de mis hombros y simplemente me abrazó.
- ¿Él no dijo nada?
- ¡Ni una palabra! Me quedé de piedra. Era alto, fuerte. Yo no se cuanto tiempo nos quedamos así. Sólo unos segundos, porque la jefa de él vio, vino corriendo y le dijo: “No la conoces, no puedes hacer eso. ¿Qué estás haciendo?”.
»Ella me miró y me dijo: “Disculpe. Él nunca había hecho nada de ese tipo”. Yo salí del comedor necesitando estar sola, me senté y tuve la certeza en ese mismo momento: “Fue Jesús. ¡Fue Jesús quien me acaba de abrazar!”. Yo estaba confundida, pero tenía la absoluta certeza de que había sido Jesús. Y yo tenía razón. Y sobre si tener a mi hijo, ya medio lo sabía antes del retiro, pero ahí fue definitivo. Sentí aquella levedad.
Gina, su hijo Angelo Pio y una de las Sisters of Life
-¿Serías otra persona hoy si no fuera por Angelo?
-Sinceramente, yo agradezco a Dios todos los días porque Angelo me salvó. De verdad. Es muy importante decir que un niño con una discapacidad no nos debilita, al contrario, nos fortalece. Como individuos y como comunidad. Yo no logro imaginar cómo sería la persona que hoy soy, tener la fuerza que hoy tengo, conocer a Dios de la manera que lo conozco hoy, si no fuera por Angelo.
-¿Vives la vida desde una perspectiva diferente?
-Sin la menor duda. Él me hace ser más compasiva, sensible, paciente y obediente. Yo nunca me había imaginado como una mujer maternal, a pesar de siempre haber querido ser madre. Es como si una parte de mí estuviera adormecida y hubiera quedado iluminada al cuidar de él. Yo descubrí cosas, en mí misma, que no conocía. Es como si algo hubiera quedado vivo, asentado. ¡Siempre existe alegría con él!
-¿Angelo también cambió tu manera de lidiar con el mundo?
-Con Angelo en mi vida muchas cosas quedaron más claras y más simples. Casi todo el día, alguien nos para en la calle para decir lo bonito que es él, o “qué lentes tan guays”, u “hola”, o cualquier cosa. Las luchas diarias son intercaladas con esos momentos que yo paso con él. Por ejemplo, sabemos el nombre de todos los conserjes de nuestra calle gracias a Angelo. Él saluda a todo el mundo: “Hola, Steve”, “¡Buenos días, Carlos!” Si no fuera por Angelo, yo no habría conocido ni a Steve, ni a Carlos, ni sus historias.
»Carlos, en particular, puede estar hablando con alguien por teléfono y, si nota que Angelo está esperando para saludarlo, le dice a la persona: “Mira, tengo que colgar, tengo que saludar a mi amigo”. Es como si Angelo estuviera ayudando a crear ese tipo de mundo que deberías formar, como si no existieran todos los sufrimientos, problemas, competitividad, fealdad del mundo, con todo el mundo corriendo todo el tiempo.
-¿Piensas que hoy se ve mejor la belleza de la vida?
-Veo, yo también veo, de verdad, los beneficios del sufrimiento. Angelo logra mirar dentro de las personas más oprimidas. De camino a casa, hay un grupo de personas pobres, que usan sillas de ruedas, que se reúnen con frecuencia en un cierto punto. Nosotros siempre paramos para saludar y charlar un poco con ellas. Yo nunca me había parado antes ahí. No me sentía nada bien con la discapacidad en mi vida antes de Angelo. Eso era otra cosa que me hacía pelear con Dios: “¿Dios, con todas las posibilidades, me vas a dar un hijo discapacitado? Sabes que no me gustan las discapacidades. No se lidiar con eso. Dame otra cosa”.
-Entonces, ¿tu perspectiva sobre el sufrimiento también cambió?
-Cuando veo a alguien sufriendo, reconozco que hay algo conmovedor ahí. Yo pienso que las personas que sufren conocen a Dios muy bien. Y hoy me pregunto si “la vida fácil” es realmente un regalo. Angelo ya pasó por mucho dolor, porque hace poco le fue diagnosticado artritis. A causa del Síndrome de Down, pasa horas y horas en fisioterapia, en fonoaudiología, en terapia ocupacional. Para los niños que tienen que enfrentar esos desafíos desde el principio de su vida, la infancia es muy distinta. Yo doy gracias a Dios por todas las terapias y, a pesar de que no tiene una vida fácil, muchas veces, en muchos aspectos, es el muchacho más alegre de su clase. Es muy fuerte. Angelo disfruta de la vida.
-¿Cómo piensas que Angelo ve el mundo?
- El mundo es un lugar delicioso para él. La vida de Angelo en el día a día es muy buena. Él es muy confiado. Los profesores y terapeutas me comentan eso desde hace años. Él es muy seguro de sí mismo. ¡Y eso me hace muy feliz! Él no es complicado, es sencillo: “Yo te quiero, tú me quieres”. ¡Fácil! Cuando las personas conocen a Angelo yo pienso que ellas piensan: “Él tiene algo que me gustaría tener”. No le preocupa el rechazo.
-¿Piensas también que las personas se sienten atraídas por esa característica suya?
-Pienso que si. Hasta yo. Existe una libertad que me volvió más auténtica. Hay momentos en el tren en que él y yo nos quedamos jugando como payasos y de repente yo paro y observo y las personas nos están mirando. Me miran como si dijeran: “¿Ella será realmente feliz? ¿O está loca? ¿Cómo puede estar tan alegre y libre? Mira a ese niño, eso no se entiende”.
»En la cultura de hoy, tener un hijo con Síndrome de Down no se encaja con facilidad. Pero mi hijo, y no quiero dejar la menor duda en cuanto a eso, es la alegría de mi vida. Yo tengo hoy una fuerza, un entendimiento de las cosas y una humildad que es impensable que yo tuviera por mí misma. Por humildad me refiero a una capacidad de aprendizaje, una obediencia a la voluntad de Dios que no existía antes. Ahora conozco la alegría profunda que surge cuando se hace la voluntad de Dios.