Ellas sacan a sus familias adelante, incluso cuándo son las que más sufren los abusos de un conflicto que las dejan viudas o con secuelas físicas y mentales terribles. Así lo explica Angkhana Neelaphaijit, activista tailandesa por los Derechos Humanos y fundadora del Grupo de Trabajo de Justicia por la Paz (WGJP, en sus siglas en inglés), que cuenta a la agencia EFE que “a veces son las mujeres las que trabajan. Los hombres están asustados”. Y es que Neelaphaijit también es una víctima del asedio que sufre la población musulmana.
Hacia el año 2000, el sur de Tailandia sufrió varias olas de disturbios con arrestos por cuestión de etnia. En 2003, cuatro musulmanes tailandeses fueron arrestados y acusados de planificar un atentado bajo la organización Jemaah Islamiya. El marido de Angkhana, Somchai, fue el abogado que se encargó de su defensa, acusando a las fuerzas de seguridad del Estado de haber abusado y torturado a los hombres. El 24 de marzo de 2004, un grupo de hombres raptaron a Somchai a las puertas de un hotel de Bangkok. Desde entonces está en paradero desconocido. Sin embargo este no es un caso aislado. Las desapariciones y los asesinatos son constantes.
Ciudadanos malayo-musulmanes denuncian detenciones arbitrarias, abusos y hasta ejecuciones extrajudiciales por las fuerzas de seguridad. Por eso, organizaciones como Amnistía Internacional o Human Rights Watch piden justicia y el cese de actos violentos contra una comunidad que sólo intenta vivir en paz.