Por Sol Amaya
Desde 1996 coordina el comedor Los Piletones; a pesar de haber tenido una vida muy dura, junto con su marido trabaja con mucho esfuerzo para ayudar a quienes más lo necesitan
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Llegó a Buenos Aires a los golpes: venía desde Santiago del Estero en busca de su hermano. Le habían indicado que se tomara el tren y se bajara cuando viera el arco que decía "José C. Paz". Tenía apenas 11 años y hasta entonces no había salido de su tierra natal. Como no sabía que el tren paraba en cada estación, se tiró del coche en movimiento cuando vio el cartel, por miedo a que no frenara.
Así llegó Margarita Barrientos: a los golpes. Su madre había muerto y su padre la había abandonado. Vino a la provincia en busca de su hermano mayor. Pero encontró algo más: al amor de su vida, Isidro, el hombre con el que lleva más de 33 años y junto a quien crió a sus 10 hijos.
Hoy, ambos viven en Los Piletones, Villa Soldati, en donde la Fundación que lleva su nombre mantiene un comedor comunitario que alimenta a más de 100 personas por día.
A pesar de haber padecido hambre, pobreza y abandono durante muchos años, Margarita emana felicidad. "Si uno no es positivo, no se puede salir adelante", dice, mientras ceba mate y se asegura que todos los que van pasando por el comedor son atendidos.
"Un plato de comida no se le niega a nadie", asegura esta mujer de 47 años, a quien todos en la villa acuden en busca de consejos, ayuda, medicamentos, comida o simplemente un poco de afecto. Es que como si 10 hijos no eran suficientes, Margarita adoptó a toda la comunidad.
En el comedor, inaugurado en 1996, trabajan unas 30 personas, tanto en la cocina como en la guardería, la biblioteca y el hogar de día para personas de la tercera edad. En frente se construyó un centro médico, en el que trabajan voluntarios de diversas universidades. Conseguir alimentos y medicamentos no es fácil, pero Margarita no da el brazo a torcer.